martes, 18 de noviembre de 2008

La muerte de un imperio

Noche silenciosa, como siempre el sonido de la jungla es el ambiente que invade nuestro poblado, pacífico, unido. Aún sigo sin comprender porque ha ocurrido esto. Hace dos días nuestro pueblo fue asaltado por un grupo de personas que lo único que querían era destruir cada casa, asesinar, secuestrar a nuestras mujeres e hijas, y capturarnos a nosotros. ¿Por qué nos estaban haciendo esto? Fuimos atados de manos y en fila, unidos, nos arrastraron durante todo el día hacia un lugar desconocido, un lugar diferente a todo lo que había visto antes. La jungla quedaba atrás, ahora el característico color verde pasaba a ser áridas zonas, zonas donde se erguían increíbles construcciones: enormes pirámides, que a causa del fuerte sol casi no se podría distinguir la cima. Habían miles de personas concentradas en aquel gran poblado, saltando, gritando, bailando, era como si estuvieran celebrando nuestra llegada, expectantes a algo que aun estaba por venir. Es entonces cuando me di cuenta de que desde la cima de la pirámide caían cosas por sus escaleras, algo rodaba a gran velocidad hacia el gran público. Cuando llegó al suelo fue cuando me di cuenta de que se trataba de la cabeza de un pobre inocente que acababa de ser asesinado, decapitado. Fuimos llevados escaleras arriba hasta llegar a la cumbre, y allí un ser despiadado, un hombre con aires de grandeza y que parecía ser el jefe del pueblo, era el encargado de quitar la vida a cada uno de los que allí estábamos. Antes de tirar el muerto por las escaleras, les arrancaba el corazón mientras aun estaban vivos y los mostraba al cielo como si de una ofrenda a un dios se tratara. Pero en realidad parecía que ese jefe se creyera el propio Dios sosteniendo en su mano los corazones de los hombres. Yo era el próximo, tumbado en una mesa de piedra bañada en sangre, iba a ser sacrificado. Pero fue entonces cuando ocurrió algo, el día se convirtió en noche. La gente gritaba de alegría y el jefe dijo que su Dios les había escuchado y que les ayudaría a sobrevivir.

Yo, con algunos supervivientes de mi pueblo, fuimos tratados como animales y jugaron con nosotros cual cazador trata a su presa. Fuimos perseguidos, golpeados, nos lanzaron flechas y piedras. Mientras huía solo podía escuchar las risas cada vez que mataban a uno de mis amigos, de mi familia. Al final, pude escapar, pude salir de aquel infierno, de aquella civilización macabra que ofrecían sangre a un Dios que los amenazaba con el apocalipsis, pero no fueron ellos mismos quienes lo provocaron destruyendo cientos de pequeñas aldeas como la nuestra y matando a cientos de personas. Ahora aquí en la playa observo cómo van llegando esos grandes botes a nuestra costa. Hay cientos de rostros pálidos en ellos. Solo espero que esa gente traiga una nueva esperanza para nuestro pueblo.

1 comentario:

Unknown dijo...

me encantó esta peli...salvo la parte de tanta sangre y cabezas rodantes...por desgracia los rostros pálidos no trajeron ninguna esperanza... Seguid así!me encanta el blog!