jueves, 30 de octubre de 2008

Amor de París

¿Han tenido alguna vez un gran amor? ¿Un amor de esos en los que importa tan solo el ser correspondido? Yo he tenido un amor de película.
Y me refiero a uno de esos amores que hacen gigantes los detalles minúsculos, que hacen seguir un compás alterado al corazón, un amor que deja volar la imaginación hasta ver dibujos en el azul del cielo.

Ahora, si me lo permiten, les contaré mi historia. Todos los grandes amores, y aún más los de película, comienzan tan solo en un instante. Pues bien, yo estaba hace no demasiado tiempo en una estación de tren cualquiera esperando a la graciosa brisa que provoca el tren justo antes de frenar.
Me encantan las pequeñas sensaciones, las pequeñas cosas, pero no imaginaba que una de ellas pensaba cambiarme la vida. Fue tan pequeña como una foto de carnet, incluso más, eran solo las minúsculas partes de una fotografía las que hicieron que perdiera ese tren.
Porque París es una ciudad de cuento de hadas, decidí en aquel momento llevar a cabo una locura romántica en la ciudad de las luces. Mediante carteles en las calles decidí buscar a aquel rostro, pero no solo eso, decidí mientras lo hacía enamorarme del rostro de aquel desconocido.

Como en una decisión inamovible, dediqué todos mis esfuerzos a encontrar al dueño de aquella fotografía. ¿Qué romántica estupidez no?
Parece ser que al misterioso enamorado no le resultó tal tontería ya que decidió presentarse a la cita.
Como ya he dicho París se convirtió en la ciudad de las románticas estupideces puesto que el miedo y la verguenza ante el encuentro hicieron de nosotros partícipes de un juego similar al escondite. Ambos nos dedicamos durante largo rato a mirarnos en secreto y en la distancia, a sobreactuar una indiferencia propia de dos desconocidos (cosa que sin duda éramos).
Sin embargo las gentes y las luces nocturnas de París parecían empujarnos a trompicones a nuestro encuentro. Puedo contarles que no hicieron falta palabras, solo una mirada que confirmó lo que ambos sabíamos. Tampoco fue necesario un intenso beso de película sino el roce de unos labios en una mejilla desconocida. Porque algunas veces las pequeñas cosas son las que crean la magia del amor.

Ana, París (1989)

5 comentarios:

Iker dijo...

Ni París, ni historias...Valencia

Para eso es la única ciudad que recuerdo.

Saludos,
Iker

Saturnino Domínguez dijo...

¡Qué bonito Paris!

De hecho, trabajé en Montmartre durante dos preciosos años, para poder mantener a mi familia después de la guerra. Qué bonita la forma en la que se nos muestra en esta maravillosa película.

Atentamente,

Saturnino.

ThePresi dijo...

Queridos amigos del mundo del cine, Me ha encantado esta entrada, todo hay que decir que mis dos hijas están también entusiasmadas por esta entrada. Cada día me gusta más dejarme llevar por el cine.

Continuad así.
Un cordial saludo,
ZP

P.D: Es una de mis películas favoritas.

Iker dijo...

Estimado anónimo,

Nueva información interesante para su anhelado viaje pascueril

Saludos,
el Presidente I del CFFAO

Gloria dijo...

Buscar un rostro de una foto de carnet de un/a desconocido/a no es una cosa tan rara.